Blog : Analisis Puma lunes, 18 de enero de 2016

Tocaba el turno la fecha 3 del torneo Verano ’98. Pumas recibía de local al ya desaparecido equipo de Celaya. Los universitarios habían empezado la campaña con un empate y una derrota y llegaban urgidos de un triunfo. Sin embargo, la victoria de 3-1 con la que el equipo de la UNAM salió ese día de la cancha pasó, como muchos otros juegos, sin pena ni gloria en los anales de la historia del futbol. La verdadera razón por la que miles de aficionados recordamos el 18 de enero de 1998, fue porque ese día marcó el inicio de la historia de La Rebel, la barra del Club Universidad.

En ese entonces, a causa de una vieja costumbre de los juegos de futbol americano en donde la tribuna de local siempre fue la de Palomar y la de visitante la del Pebetero, los aficionados Pumas nos teníamos que apretar todos en la mitad del estadio, dejando la tribuna de enfrente completamente vacía y a disposición de los visitantes que, como ese día, rara vez suman más de 2,000 (a reserva de los juegos “grandes”, donde la tribuna se dividía claramente en mitad y mitad con llenos espectaculares).
Para los aficionados, apoyar a su equipo dentro de un grupo de animación se reducía a dos opciones: la Plus y la Ultra. Ambos casos se tratan de porras a la vieja usanza, que en los medios califican como “familiar” pero que en realidad no lo es, a menos de que les parezca educativo llevar a sus hijos a que aprendan albures y mentadas de madre del borracho en turno que grita leperadas. Se tratan de grupos que se organizaban para cantar una goya, para gritar juntos una arenga al jugador, un reclamo al abanderado o una mentada de madre sincronizada al delantero contrario. Y entonces nos volvemos a sentar a ver el juego.
Fue entonces cuando un grupo muy reducido de chavos fresones (hay que decirlo), que tenían acceso a las transmisiones de futbol sudamericano a través del ya extinto canal PSN de cable, buscando una opción diferente de animar a su equipo, se “separaron” de la Plus y se colocaron a unos cuantos túneles de distancia en el Estadio Olímpico, en la misma tribuna de Palomar, y comenzaron a entonar cánticos, la mayoría copiados de los equipos del sur, que en sus letras incluían frases de apoyo al club y los jugadores. Algo nunca antes visto en CU. Algo que a partir de entonces no cesó y que continuó creciendo, hasta lo que la Rebel es hoy.
Esa fue la fecha 3 del torneo. En la fecha 6, Pumas visitó al América en el Azteca. Como ya era costumbre, mi hermano y yo (de entonces 18 y 14 años de edad) asistimos al juego a apoyar a nuestro equipo. Nos ubicamos en la tribuna justo arriba de la Plus, a la que no pertenecíamos pero que en los juegos de visita servían como punto de referencia. Entonces nos dimos cuenta que algo diferente pasaba en un costado. Había un grupo de chicos, cada vez más nutrido, que gritaban y cantaban ondeando banderas acompañados de aplausos mientras saltaban todo el juego. Ese fue el día que nos unimos a la Rebel.
Las barras en México tienen un origen diferente. En Sudamérica, el estadio se volvió el único espectáculo público permitido para las juventudes durante las dictaduras militares, por lo que las barras surgieron como un foro de enojo, de crítica, de repudio al contexto sociopolítico de opresión en el que vivían. Donde podían disfrazar de cantos contra el rival el encabronamiento generalizado en contra del sistema. Donde podían sacar toda esa energía acumulada y encaminar en forma de pasión enardecida por los colores de un club toda la frustración. En México, en cambio, las barras surgen más como una opción lúdica, en el afán de apoyar de forma distinta (los aficionados de los Pumas) o bien, como parte de la mercadotecnia de un equipo que pensó que con una barra lograrían tener mejor ambiente en su estadio (el caso del Pachuca, que auspició la creación de su barra).
La Rebel, entonces, nace de forma muy espontánea, sin organización, sin estructura, sin apoyos, sin dinero, sin negocio, sin boletos, sin camiones. En esa época de sus inicios, la Rebel también se volvió en el segundo hogar de cientos de adolescentes y jóvenes que encontraron en esta convergencia de colores un grupo de casi hermanos con los cuales compartieron viajes, juegos, anécdotas y fiestas increíbles. Sin temor a equivocarme, puedo asegurar que la Rebel sirvió de asidero emocional, de fuente de identidad social de cientos de jóvenes. La Rebel como fenómeno social.
En ese entonces, los que viajaban a apoyar al equipo de visitante se pagaban su camión, su boleto y sus respectivas cervezas en el camino. No había apoyos ni dinero de por medio, sólo un genuino amor por los colores y unas inmensas ganas de pertenecer. Tantas, que puedo decir que muchos de ellos se hicieron más aficionados de la Rebel misma, que del propio equipo.
Como todo fenómeno social, las barras en México tuvieron su época de crisis, donde el apoyo a los colores respectivos pasó a segundo plano y el foco se centró en la violencia, en demostrar supremacía a través de los golpes, en ganar en la calle el encuentro que perdimos en la cancha, parafraseando aquella anécdota del Boca-River de los 70´s. En lo personal, estoy en contra de cualquier manifestación de violencia, ya que la entiendo como la derrota de la intelectualidad y la mayor manifestación de intolerancia. Sigo sin conocer a una gallina que, después de una madriza, haya entendido el error en el que vive y le haya dejado de ir al América.
La Rebel para mí es eso, es un segundo hogar de cada 15 días, es un espacio donde convivo con grandes amigos de los que sólo importa que le van al mismo equipo que yo, son amigos con los que me he abrazado en un profundo y genuino sentimiento de felicidad compartida cuando cae un gol o, mejor aún, al pitazo final que nos aseguraba algún campeonato.

Por: Omar Gutiérrez

¿Pumas está para campeón?

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